Los patógenos dispersados por los humanos en latitudes polares amenazan la fauna antártica
Un equipo de investigadores del IRTA CReSA y del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la UB (IRBio) alerta de que cada vez es más fácil introducir agentes infecciosos de origen humano en regiones remotas del Hemisferio Sur del planeta. A través de un estudio publicado en Science of The Total Environment, los expertos han detectado bacterias intestinales infecciosos de origen humano en aves marinas de los ecosistemas de la Antártida. El hecho de haber encontrado estos patógenos humanos en lugares remotos del Sur del planeta sugiere que otros agentes infecciosos más peligrosos también podrían ser introducidos al igual, algunos con consecuencias más graves para la fauna.
Exploradores, balleneros, científicos -y más recientemente, también turistas- son ejemplos de colectivos humanos que se han desplazado hasta los puntos más remotos del extremo Sur del planeta. Ahora, debido a este movimiento global humano, ha aparecido una nueva amenaza que pone en peligro la fauna de estos lugares extremos del planeta debido a los patógenos que liberan los humanos cuando viajan o viven en localidades cercanas a la Antártida.
Los investigadores han identificado bacterias del género Salmonella y Campylobacter en aves marinas de los ecosistemas antárticos y subantárticos, como el págalo pardo subantártico (Stercorarius antarcticus), un pájaro marino carroñero. Se trata de dos bacterias que provocan infecciones frecuentes en los humanos, pero que también los pueden adquirir los pájaros carroñeros cuando están en contacto con la actividad humana o su ganado. “Las zoonosis son enfermedades que se transmiten de animales a personas, pero cuando es la especie humana que infecta otros seres vivos se habla de un caso de zoonosis inversa”, explica la Dra. Marta Cerdà-Cuéllar, investigadora del IRTA-CReSA. Hasta ahora, ningún estudio había podido determinar si esta relación patogénica podría suceder en regiones extremas del planeta. Con estos resultados, se pone de manifiesto la fragilidad de los ecosistemas antárticos ante los impactos humanos en la Antártida.
Los expertos han identificado que el riesgo de zoonosis inversa (las infecciones que son transmitidas por la especie humana a otros seres vivos) es mayor cuanto más cerca viven las aves marinas en zonas habitadas, por ejemplo, en las islas Malvinas (Falkland) o el archipiélago Tristán da Cunha; o bien en zonas más remotas donde hay bases científicas. Por otra parte, las rutas migratorias de algunas especies de aves carroñeras y la conectividad entre diferentes comunidades podría estar acelerando la circulación de los agentes zoonóticos entre los ecosistemas de diferentes latitudes.
Bacterias resistentes a antibióticos en ecosistemas polares
Las bacterias Salmonella y Campylobacter son la causa habitual de infecciones en humanos. Estos patógenos se pueden encontrar también en el ganado, animales domésticos y en la fauna salvaje, pero normalmente sin causarles ninguna enfermedad aparente. Sin embargo, los investigadores han detectado cepas de Campylobacter resistentes a los antibióticos de uso habitual en medicina humana y veterinaria en algunos ejemplares de aves marinas. “El hecho de haber descubierto genotipos de Campylobacterhabituales en la especie humana o en ganado nos da la pista definitiva para confirmar que el hombre puede estar introduciendo agentes patógenos en estas regiones remotas de la Antártida”, explica la Dra. Cerdà-Cuéllar.
No toda la biodiversidad de las áreas polares está protegida
Con este estudio los expertos consideran que es imprescindible adoptar medidas de bioseguridad más estrictas en estas regiones antárticas para evitar la entrada de nuevos patógenos. De hecho, el Protocolo del Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente ya establece una serie de principios aplicables a las actividades humanas en la Antártida para reducir la huella humana en el continente blanco. Sin embargo, algunas áreas subantárticas que son también el hábitat natural de algunas especies de aves marinas como el parásito subantártico o el petrel gigante, no están protegidas por la normativa protectora y podrían convertirse en la vía de entrada de los agentes patógenos.