“Las plantas domesticadas respecto a las silvestres son como los perros respecto a los lobos: han perdido defensas”
Bajo nuestros pies, las raíces de las plantas conforman un inmenso y desconocido ecosistema junto a la tierra que las rodea y miles de microorganismos. Se sabe que las plantas domesticadas, acostumbradas a ser cuidadas por los humanos, invierten menos esfuerzos en fortalecer esas raíces, lo que puede desfavorecerlas en tiempos de sequía.
Para estudiarlo más a fondo, una investigadora del IRTA, Catherine Preece, pondrá en marcha en breve el proyecto WILD-ROOTS, que analizará cómo las variedades silvestres, y también las más tradicionales, consiguen tener unas raíces más fuertes y resistentes a la carencia de agua que las de los cultivos comerciales. Así espera contribuir a la agricultura de los nuevos tiempos.
Preece podrá llevar a cabo el proyecto WILD-ROOTS gracias a dos prestigiosas becas reservadas a los investigadores e investigadoras más talentosos: la del European Research Council y la Ramón y Cajal.
Hablamos de ello en esta entrevista, realizada a principios de verano, donde también podemos conocer más a fondo su carrera investigadora y su mirada optimista hacia el futuro de los cultivos.
¿Qué hacen las raíces de las plantas, bajo tierra?
Las raíces no solo toman agua y nutrientes del suelo. También introducen compuestos en la tierra: sustancias que pueden ser líquidas, y se llaman exudados, o bien gaseosas, y se llaman compuestos orgánicos volátiles. Estas sustancias tienen la capacidad de realizar cambios en el suelo, por ejemplo, para que absorba más agua. También pueden llamar la atención de microbios beneficiosos que se acercan a la raíz y la protegen. Así es como las raíces pueden durar más tiempo con menos agua.
Interesante, en cuanto a la resistencia a la sequía.
Sí. Y ya sabemos que las raíces de las variedades silvestres, y de algunas tradicionales, emiten más tipos de compuestos que las raíces de los cultivos modernos. Como consecuencia, los microbios también son distintos. El motivo es que, para comercializar, hemos seleccionado variedades que crecen muy rápido y producen muchas semillas, pero que no ponen demasiados recursos en sus propias raíces. No lo necesitan, porque nosotros ya lo hacemos: les ponemos agua, fertilizantes, pesticidas… Es como un perro y un lobo. Un lobo necesita tener más defensas, pero la mascota no, porque la cuidamos. Ha perdido defensas. Esto no ha pasado de un día para otro, sino a lo largo de miles de años.
“Para comercializar, hemos seleccionado variedades que crecen muy rápido y producen muchas semillas, pero que no ponen demasiados recursos en sus propias raíces”
Lo estudiarás a partir de finales de año en el marco del proyecto WILD-ROOTS, que liderarás gracias a la ayuda del European Research Council (ERC).
La domesticación es un proceso que se ha estudiado desde hace décadas, pero siempre haciendo referencia a la parte superior de la tierra: las semillas, las hojas. Hasta hace muy poco tiempo, nadie miraba bajo tierra, donde se encuentra la mitad de la planta y donde se producen interacciones muy importantes. ¿Cómo lo hace, la planta, para coger el agua y los nutrientes? ¿Cómo se comunica con los microbios? Esta es la caja negra que quiero explorar. Y no son solo preguntas interesantes, sino que tienen aplicaciones. Si nos fijamos en las variedades tradicionales o salvajes, podemos encontrar aspectos que podemos incorporar a nuestro sistema agrícola, por ejemplo para hacer frente a la sequía, que es mi actual enfoque. Y no me refiero a realizar modificaciones genéticas, al menos de momento. Más bien, quiero decir que podemos incorporar especies más tradicionales a nuestro sistema agrícola.
¿Qué diferencia hay entre las variedades silvestres o salvajes y las tradicionales?
Las silvestres no han sido domesticadas y las tradicionales sí, pero serían como aquellas tomateras que una abuela planta en su huerto y que no encontrarás en los invernaderos de las grandes explotaciones. Ahora hay organizaciones que están buscando recuperar estas variedades tradicionales, como la asociación l’Era o el colectivo Eixarcolant, con cuyas semillas trabajaremos en WILD-ROOTS. De hecho, en Catalunya comienza a haber mucho movimiento para conservar las variedades que son de aquí.
¿Tus investigaciones pueden servir también para conocer mejor cómo las plantas secuestran el carbono y contribuyen a reducir la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera?
Los exudados, estas sustancias líquidas que salen de las raíces, son compuestos orgánicos que suelen contener azúcar u otras moléculas con carbono. Los microbios se los comen, por lo que el carbono entra en el suelo a través de ellos. No sabemos exactamente cuánto tiempo el carbono queda guardado en el suelo; es otro aspecto que debemos estudiar. Si las plantas silvestres generan más exudados, es probable que secuestren más carbono en la tierra, que no regresa al aire. Y esto, además, puede contribuir a la mejora de la salud del suelo. Todo está relacionado.
¿Cómo te gustaría que todas estas investigaciones contribuyan a la sociedad?
Me gustaría encontrar variedades que puedan ser útiles para los agricultores de hoy, especialmente en un mundo con menos lluvia. Y recuperar variedades que se están perdiendo para conservar la historia de nuestro país. En general, cuanta más diversidad, mejor. Si no, después, no la podremos recuperar.
¿Qué pasaría si no recuperamos esta diversidad?
El rendimiento de los cultivos seguramente descendería. El mundo agrícola funciona porque le añadimos muchos extras: agua, fertilizantes, pesticidas. Por el momento podemos hacerlo, pero el agua puede no ser tan abundante, los fertilizantes no duran para siempre y, si ponemos pesticidas en todas partes, perderemos insectos. Todas y todos sabemos que debemos vivir en un mundo un poco diferente. Debemos guardar todas las variedades que podamos, por si acaso. Hay países que llevan tiempo pensando en esto porque han notado más la falta de agua. Y en Europa llegará. Debemos prepararnos.
“La diversidad es una fuente de características que puede ayudarnos a prepararnos para un futuro con más sequía, menos agua y más calor”
Respecto a tu recorrido profesional, estudiaste Biología en la Universidad de Birmingham e hiciste la tesis y un posdoctorado en la Universidad de Sheffield, en tu país natal, Reino Unido. ¿Ya pensabas en dedicarte a investigar, cuando empezaste Biología?
Siempre he estado muy interesada en el mundo natural. Los animales, las plantas. Como mis padres: ¡veníamos de vacaciones a los Pirineos! Pero la investigación no me interesaba particularmente, porque no conocía a nadie que se dedicara a ello. Durante el grado, hice una estancia de un año en el Imperial College de Londres, y allí sí conocí a mucha gente que se dedicaba a investigar. Entonces empecé a planteármelo.
Después de doctorarte en Sheffield, viniste a Cataluña, en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). ¿Cómo fue?
Mi tesis era sobre los efectos del cambio climático en las plantas del Ártico. Luego, durante el posdoctorado en Sheffield, me di cuenta de que podía ser bueno marcharme fuera para seguir investigando. Pedí una beca Marie Curie, que es una gran oportunidad, y me la dieron al segundo intento. Estaba muy interesada en estudiar las interacciones entre el suelo y las plantas en relación con el cambio climático, y busqué profesionales buenos que trabajaran en esta línea. Así fue como encontré a Josep Peñuelas, del CREAF, y estuvo encantado de que lo intentáramos. Al final la beca llegó y pude trabajar con él. Otro motivo para venir fue que me gustaban la cultura catalana y la española. Pero la idea era ir y volver [se ríe].
Y te quedaste seis años.
Me encontraba muy bien aquí. Continué con contratos anuales y acabé haciendo mi vida personal en Catalunya.
Coincidiendo con la pandemia, te marchas a Bélgica.
Gané otra beca. En el mundo científico, si no tenemos contratos fijos, continuamente debemos buscar oportunidades. A Bélgica fui para aprender más sobre el suelo. Estuve un par de años.
Y, a principios del año pasado, aterrizas en el IRTA. ¿Con qué propósito?
Buscaban un investigador permanente. Mi pareja es catalana y queríamos vivir aquí, así que me pareció una oportunidad. No tenía un proyecto concreto, pero sí ideas claras sobre lo que me gusta investigar.
¿Qué destacarías del IRTA?
Antes de venir, ya me llamaba la atención la oportunidad que me ofrecía el IRTA de investigar de manera más aplicada. En ocasiones, cuando investigas, tienes la sensación de que el mensaje no llega a la gente. En el IRTA tienes un vínculo fuerte con el sector agrícola y también con la Generalitat. Además, dispone de un amplio equipo de personas técnicas de apoyo, gente muy buena y con más experiencia que yo, que me ayuda mucho. Son personas que pueden estar en el laboratorio o en el invernadero si yo necesito estar en el ordenador haciendo otras tareas, como escribir proyectos o analizar datos.
En todo este recorrido investigador, existe una línea común, que es tu interés por el cambio climático y por comprender cómo se han domesticado los cultivos.
En Sheffield, durante mi posdoc, trabajé con arqueólogos y profesionales muy diversos para entender la domesticación de los cultivos. Hace diez mil años, con la llegada de la agricultura, hubo un inmenso cambio. Pero hay muchas cosas que no sabemos. Solo tenemos restos de algunas semillas de esa época. ¿Por qué, de todas las especies que podríamos comer, comemos tan pocas? ¿Por qué ha bajado tanto su diversidad, especialmente en Europa? Como comentaba antes, la diversidad es una fuente de características que puede ayudarnos a prepararnos para un futuro con más sequía, menos agua y más calor. Si no lo estudiamos, estamos perdiendo una oportunidad.
En el CREAF te fijaste más en árboles y ahora trabajarás con multitud de cultivos.
En CREAF me fijé en encinas y pinos, y en Bélgica hice una especie de WILD-ROOTS en pequeño, con diez cultivos. Ahora serán veinte. Después, quizás nos enfocaremos más en algunos de ellos, pero seguramente será difícil generalizar los resultados, porque parece que cada especie hace cosas algo distintas.
Gran parte de tu carrera investigadora la has podido realizar gracias a becas. En el IRTA, además de con el ERC, también trabajas con una ayuda Ramón y Cajal. ¿Hasta qué punto es importante contar con estas ayudas para seguir adelante?
En España es la única forma de investigar; hay muy pocas oportunidades de estar fijo o de trabajar, si no es así. Europa es una muy buena fuente y las becas Marie Curie y del European Research Council son de las mejores. De hecho, el IRTA tiene muchos proyectos europeos. Las ayudas estatales dan mucho menos dinero. Las europeas te permiten hacer más y durante más tiempo. En mi caso, ahora tengo cinco años para concentrarme en la investigación de WILD-ROOTS. Y, por suerte, ahora estoy fija en el IRTA, con casi cuarenta años, pero hay mucha gente de la misma edad que no está en esta situación.
De hecho, el ERC Consolidation Grant te está permitiendo poder liderar tu propio grupo de investigación. ¿Cómo te sientes?
Es una oportunidad brutal. Mucha gente podría hacerlo si hubiera más recursos. Yo lo he probado porque he visto a personas de mi entorno que lo han intentado y logrado. Mi compañero también es investigador y ha conseguido recursos similares. Pensé que valía la pena intentarlo. Tienes que probarlo: si no lo pruebas, no lo sabrás. Estoy emocionada, con ganas de empezar.
“Si vamos haciendo pequeños cambios en el sistema agrícola, en 25 años podemos estar en una situación mucho mejor que la actual”
Todo esto, cuando estás a punto de dar a luz a tu segundo hijo. ¿Cómo es la experiencia, como pareja investigadora, de compaginar la crianza con la investigación?
Será un año complicado [se ríe]. Pero no puedes esperar a que esté todo en su sitio. Y, por otra parte, la carrera de investigación puede ser flexible. No tengo horario fijo, y esto ayuda. Quizás haya profesiones que lo tienen más difícil. Una carrera de investigación no es incompatible con la maternidad, y ser madre te da más razones para encontrar sentido a lo que estás haciendo.
Justamente, se dice que, si seguimos al ritmo de producción y consumo actual, en 2050 no habrá suficiente comida para alimentar a todas las personas. ¿Cómo lo ves?
Intento ser optimista. Creo que tenemos herramientas para mejorar la situación. Se trata, más bien, de si los políticos y las grandes empresas quieren hacerlo. No es un reto imposible, sino que debe gestionarse mejor. Si vamos haciendo pequeños cambios en el sistema agrícola, en 25 años podemos estar en una situación mucho mejor que la actual. Yo creo que la gente ya tiene la consciencia de que se puede mejorar la forma de hacer agricultura. Pero debe ser rentable y productiva.
¿Qué puede hacer la gente, en el día a día, para contribuir a ello?
Ante todo, comprar local, porque aquí tenemos el lujo de producir muchos alimentos. ¡Ir al mercado! También, intentar comer diversidad de verduras y hortalizas, probar alimentos variados, porque si no los comemos, los campesinos no los producirán. Y después, preguntar de dónde viene lo que consumimos. Finalmente, si tenemos huerto o nuestra familia tiene, tratar de continuarlo, para conservar sus semillas y mantener esa diversidad, que es vital.