¿Cómo afecta el cambio climático a la viña?
El cultivo de la vid es resistente y adaptado al territorio mediterráneo, caluroso y árido. En Cataluña, ocupa 53.000 hectáreas, que equivalen al 3% de la superficie agrícola, y genera 189 millones de euros. Sin embargo, no es impasible a la subida de temperatura, a las olas de calor más frecuentes o las lluvias torrenciales que vivimos los últimos años. Los estudios científicos demuestran que el cambio climático está alterando su ciclo natural, en el proceso de maduración de la uva, por ejemplo, la hace más vulnerable a las plagas y, lo que da más miedo, puesto que dificulta el cultivo de algunas variedades en zonas concretas y podría cambiar el paladar de algunos de nuestros mejores vinos. Ante este escenario poliédrico, donde se pone en juego un paisaje, un producto, una economía, una tradición y toda una experiencia vital, el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) y el centro en ecología CREAF, dos centros de investigación catalanes, exponen sus experiencias para contribuir al futuro de la viña en Cataluña. Cada uno desde perspectivas diferentes, pero con unos datos y un conocimiento complementario que el sector vitivinícola ya ha puesto en práctica.
Vinos de altura escapando del calor
La viticultura viene marcada principalmente por una especie de planta, la vid (Vitis vinifera), pero la uva resultante puede ser de muchas variedades y clones, que a su vez se combinan con diferentes portainjertos. Por ejemplo, en España es frecuente la garnacha, tempranillo, albariño sobre todo en Galicia, el o la verdejo. Otras variedades son más específicas y es más difícil encontrarlas, como ocurre con la trepat, una variedad autóctona de la Conca de Barberà, o la cariñena blanca de la DO Empordà o la Picapoll de la DO Pla de Bages, entre otros, que también podemos encontrar en diferentes DO según sus necesidades edafoclimáticas. Si estas condiciones cambian, algunas viñas no vivirán bien en algunas regiones y nos encontraremos ante uno de los principales efectos del cambio climático: que el aumento de temperaturas y las nuevas condiciones climáticas afecten la regionalidad de cada variedad. De hecho, esto no sólo pasaría en variedades con una regionalidad tan especial como el trepat, la Cariñena blanca, el picapoll, etc., sino que es un hecho generalizado: las zonas climáticas ideales de la mayoría de variedades son, en general, específicas y, por tanto, son más susceptibles que otros cultivos a los cambios que se dan en el clima a corto y largo plazo.
En este sentido, el CREAF y el IRTA colaboran con Familia Torres para encontrar nuevas regiones donde poder cultivar sus viñedos, zonas latitudes más altas, como la cuenca de Tremp, o en partes del planeta donde los efectos del cambio climático no son tan marcados como aquí, como es el caso de Chile. El IRTA sigue focalizando sus esfuerzos de valorar potenciales movilidades del cultivo de vid desarrollados junto con el Servicio Meteorológico de Cataluña por las DO Pla de Bages, Empordà, del Segre, Penedès y Terra Alta. Precisamente, estudios científicos recientes indican que las zonas vinícolas más afectadas por el aumento de temperaturas en los últimos años son la península Ibérica, el sur de Francia, partes de Washington y California, donde ya se observan aumentos de temperatura de más de 2 ºC.
En el proyecto LIFE MIDMACC, que coordina el CREAF, los investigadores del IRTA estudian la adaptación de la viticultura en la montaña media. En concreto, estudian como el proceso de implantación de la viña y diferentes prácticas agronómicas como el uso de cubiertas vegetales, la plantación en terrazas o costeros, la conducción en vaso o espaldera, afectan a la dinámica del agua en el suelo, a las sus características fisicoquímicas y la diversidad microbiana. Estos estudios se llevan a cabo en el Empordà, en colaboración con la Bodega Cooperativa de Espolla y Espelt Viticultors y en la Cerdanya con Llivina, con experimentos replicados en La Rioja.
Por otra parte, el calentamiento global no sólo provoca que una región deje de poder cultivar una variedad, sino que también cambia la composición de la uva y potencialmente del vino de las regiones que sí salen adelante. Las temperaturas medias del clima durante la temporada de crecimiento de la uva definen cómo será el vino: qué cantidad de azúcares tendrá al final de la maduración, qué aromas primarios y secundarios emitirá, qué cualidades del sabor, etc. Por ejemplo, la cabernet sauvignon se produce de manera optimas zonas que oscilan entre los 16,5 y los 19,5 ºC (que podemos encontrar en regiones como Burdeos o Napa); en cambio, la pinot noires se cultiva principalmente en regiones donde el clima sólo oscila entre 14 y 16ºC (como podría ser el norte de Oregón o Borgoña).
Estos rangos marcan mucho los plazos que siguen las bodegas para conseguir vinos equilibrados y de alta calidad. «En un entorno más cálido se rompe la personalidad final del vino, porque el contenido de azúcares aumenta muy rápido y hay que recoger la fruta antes para evitar que suba demasiado la graduación (no puede pasar legalmente de 15º vol.), Pero todavía quedan algunas partes verdes, como pueden ser las semillas, y no se han alcanzado los niveles adecuados de los metabolitos secundarios, taninos y fenoles, que dan calidad al vino que se producirá. Esto dará notas no deseadas al vino que resulta y sale perjudicado a catas enológicos», nos explica el investigador Jordi Sardans, investigador experto en metabolómica y consultor del CREAF para la Familia Torres. En estos casos, además, es muy difícil que se puedan hacer ajustes posteriores a la bodega. Por otra parte, un estudio realizado por el IRTA en el marco del proyecto GLOBALVITI, también realizado en las bodegas de Familia Torres, apunta que un efecto negativo para la calidad de la uva es el marchitamiento debido a las olas de calor.
Vendimia en verano
El aumento de temperaturas que se está dando a nivel mundial todavía tiene otra consecuencia grave para los cultivos y es el cambio en el ritmo de la naturaleza, lo que científicamente se conoce por fenología. El calendario fenológico de la viña en el mundo se ha visto afectado por el calentamiento y los cambios son más importantes para las fechas de cosecha y de vendimia, porque están muy relacionados con la temporada de maduración de la uva y la calidad final del vino, como explicábamos anteriormente. Desde hace 5 años, ya través de los proyectos GLOBALVITI, DEMO CLIMAVIT21 y DEMO SECAREGVIN, el IRTA ha trabajado en colaboración con el Servicio Meteorológico de Cataluña (SMC) para definir índices agroclimáticos e indicadores fenológicos específicos para el ciclo de la vid en las DO Penedès, Pla de Bages y Empordà, a partir de las regionalizaciones de datos climáticos y proyecciones en diferentes escenarios de cambio climático.
Generalizando, la vendimia se hace ahora unos 15 antes de lo que se hacía hace 50 años, o la floración de la vid, que se produce 11 días antes. Estos cambios, según los modelos los escenarios de cambio climático y dependiendo de la variedad, se agravarán a lo largo del siglo XXI, respecto al periodo de referencia (1972- 2005). Las fechas de floración se podrían avanzar entre 3 y 6 semanas, mientras que las fechas de la vendimia, entre 2 y 2,5 meses. Además, las necesidades hídricas se podrían incrementar entre 2 y 3 veces. Esto, si no se aplican adaptaciones, que van desde el material vegetal hasta prácticas agronómicas, aplicación de tecnologías, técnicas enológicas, etc., en las que el sector vitivinícola y la búsqueda trabajan conjuntamente desde hace unos años.
En este sentido, si la viña madura el fruto o saca la hoja en momentos cada vez más tempranos, los agricultores deben estar preparados y tomar decisiones claves para evitar heladas o para mantener la calidad del fruto. Por ello, el IRTA, conjuntamente con Codorniu, el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación, y la empresa Meteosim ha desarrollado una herramienta de inteligencia artificial que permite al agricultor tomar mejores decisiones con el proyecto VISCA, que es capaz de predecir en qué fase del calendario estará la viña durante los próximos meses o si se acercan eventos meteorológicos adversos (heladas, sequía, etc). El agricultor introduce información de manera regular y puede prever, con las condiciones meteorológicas a medio plazo, cuáles serán las necesidades reales de la viña, con el fin de adelantarse y tomar mejores decisiones, tales como gestionar de forma más eficiente el riego , el aclareo de racimos, hacer podas selectivas de verano o organizar todo el sistema de cosecha para que esté listo para un día concreto.
Otro de los puntos clave de esta aplicación es que incorpora una técnica ajustada y afinada por el IRTA para, precisamente, controlar y mitigar la afectación de plagas y enfermedades en viña debido a las condiciones meteorológicas más extremas, cada vez más comunes en los últimos años. Se trata del forzado, una técnica que provoca que se den dos ciclos de cultivo el mismo año, uno de inacabado, antes del forzado, y el verdadero, que da justo después. Esta práctica provoca un retraso en la maduración, que puede desplazarse hasta finales de otoño, cuando el régimen térmico es más favorable, lo que mejora la calidad del vino y previene enfermedades al cultivo.
Clones y apps para adaptar la viña a la falta de agua y a los fenómenos extremos
Al aumento de temperatura hay que sumar la problemática del agua. Los dos centros de investigación catalanes ya alertaban en el informe de los expertos en cambio climático de la mediterránea MedECC que a mediados de siglo habrá un 17% menos de disponibilidad de agua en el área mediterránea. Sin embargo, la viña está considerada en buena parte un cultivo de secano, es decir, que no recibe más agua que la de la lluvia (en Cataluña es así en un 93% de la superficie, según el último informe del Observatori de la Vinya, el Vi i el Cava). ¿Cómo se combinan la falta de agua de lluvia y la viabilidad de la viña? Según los expertos en vitivinicultura del IRTA y el Institut Català de la Vinya i el Vi (INCAVI) no es sencillo y en algunos lugares factible que pueda pasar de secano a regadío de forma radical, principalmente porque no habría suficiente agua disponible para hacer este cambio. Así, «regar es la mejor estrategia para adaptarse al cambio climático, pero sólo cuando se dispone de agua y siempre que sea económicamente viable para una explotación», comenta Robert Savé, investigador experto en viticultura del IRTA. En Cataluña, como indica la Agencia Catalana del Agua (ACA), no hay agua en todo el territorio (de ríos, embalses, freáticos, regenerada …) y la principal fuente de agua de que dispone el sector es la de la lluvia, que cada vez será menos frecuente.
Asimismo, en paralelo a los cambios en la fenología y la temperatura, debemos recordar que el cambio climático conlleva un aumento de los fenómenos extremos. Esto puede traducirse en heladas o granizadas que afectan a la uva de forma más grave, una humedad poco habitual en junio que favorece la aparición de mildiu, corrientes atmosféricas que no son las habituales y olas de calor más frecuentes. «Los últimos veranos, los anticiclones que llegan de Marruecos se han quedado en la atmósfera más tiempo del que tocaría. Esto quiere decir que es un aire muy caliente que permanece en la vid y provoca daños a la uva antes de que termine de madurar. Incluso, puede desecar cepas enteros. Para mover esta gran masa de aire caliente se necesitan borrascas potentes, pero esto puede traducirse vez en una lluvia fuerte y desmesurada», nos cuenta desde el CREAF el Dr. Sardans.
Para hacer frente a estas amenazas, la ciencia ficción también ha llegado al sector de la viña. Gracias al proyecto el GLOBALVITI, liderado por Familia Torres, el IRTA ha estudiado las características de 5 clones (3 de garnacha negra propiedad del INCAVI y dos de garnacha blanca, propiedad de Familia Torres) y han determinado cuáles de ellos están mejor adaptados a la sequía y qué mecanismos fisiológicos lo permiten. «Cada variedad de vid tiene una identidad genética única, pero las plantas acumulan mutaciones puntuales a lo largo del tiempo que se traducen en variaciones genéticas de una misma variedad, que se pueden seleccionar y multiplicar. Estas variaciones son las que hacen que haya clones de variedades mejor adaptadas a unas condiciones. Hace unos años, se seleccionaban los clones por objetivos enológicos, pero ahora la prioridad es seleccionar los que resisten mejor la sequía manteniendo la variedad y las características enológicas deseadas», explica la investigadora experta en viticultura del IRTA Felicidad de Herralde.
Además, el IRTA trabaja con muchas entidades del territorio para aportar herramientas a los agricultores que les permitan tomar decisiones adecuadas en base a datos a tiempo real, según cómo avance la meteorología o el calendario natural de la viña (cuando comienza a florecer, a madura el fruto, etc.). Por ejemplo, el Observatorio de la Sequía del Alt Penedès está desarrollando un sistema de información de la sequía, con una red de sensores subterráneos que miden el agua del suelo, lo que permite calcular la disponibilidad de agua de las viñedos del Penedès. «A partir de esta información, los expertos en vitivinicultura del IRTA proporcionamos a los agricultores información sobre el estado hídrico de los viñedos de forma semanal y sugerencias de manejo para conseguir que el cultivo retenga más agua, en función de las necesidades del momento, como por ejemplo labrar, sacar uva, podar la viña o no podarla en verde, o dejar o no la cubierta vegetal sobre el terreno», explica el Dr. Savé.
La viña, una aliada ante el cambio climático
Si bien hemos visto todas las implicaciones que tiene el cambio climático sobre el cultivo de la vid, la manera de cultivarla que ha prevalecido hasta ahora no ha hecho más que empeorar la situación: las bodegas necesitan grandes cantidades de energía externa, como los combustibles fósiles para la maquinaria pesada y el transporte del vino, hacen un uso de fertilizantes y al mismo tiempo liberan CO2 y NO2 (gases de efecto invernadero) cada vez que se abre. Hay alternativas? Sí, gestionar un suelo de viña en un escenario de cambio climático significa, forzosamente, mejorar su capacidad de retener agua. Cuanto más materia orgánica tenga un suelo, será más esponjoso, más estructurado, más vivo y más capaz de secuestrar carbono de la atmósfera. Estas características hacen que pueda retener más agua y, por lo tanto, cuanto más agua disponible, mejor funcionará el sistema suelo-cultivo-atmósfera.
La investigadora del CREAF experta en edafología, Pilar Andrés, nos lo explica: «tradicionalmente, en los cultivos leñosos del mediterráneo se ha creído que un suelo desnudo (sin hierbas acompañantes, sin la flora típica de un viñedo o pequeños animales) evita la competencia con la vid y, en realidad, es más bien lo contrario, un suelo que presente cubiertas vegetales, microorganismos vivos y un equilibrio de los minerales naturales tiene una estructura más estable que mantiene mejor la humedad adecuada y es capaz de retener más el agua. Un suelo de vid verde, sin tierra desnudo, no necesita tantas aportaciones de fertilizantes».
Este alternativa puede convertir la viña en una aliada ante la emergencia climática y, junto con otras técnicas enfocadas a la calidad de la tierra de cultivo, tiene un nombre y un apellido: agricultura regenerativa. Se trata de un sistema de cultivo que se centra en el suelo y en cómo mantenerlo “vivo”, que se aplica tanto a los cultivos de vid como otros. Una de las medidas que giran entorno esta técnica es la de labrar menos agresivamente y así evitar que se erosione el suelo, no se libere tanto de CO2 ni minerales (que ayudan a la propia viña) y se perjudique menos la biodiversidad. De hecho, no labrar (o labrar poco) también reduce mucho el uso de maquinaria pesada y la quema de los combustibles fósiles. Lo mismo ocurre con el uso de fertilizantes: si pensamos en mantener el suelo activo no necesitaremos fertilizantes sintéticos, al contrario, utilizar biofertilizantes, reutilizar la biomasa que se extrae de la viña o añadir al suelo el remanente de la uva después de la vendimia pueden ser medidas que mejoren por sí mismas las cantidades de nutrientes y la fertilidad del suelo.
«Cuando seguimos los criterios europeos para la conservación del suelo, un viñedo tradicional entra en números críticos en cuanto a los nutrientes y microorganismos que viven. Lo que hacen muchas bodegas ante esta situación es utilizar aún más energía externa y fertilizantes para compensar la pérdida, pero a la larga se hace más daña el suelo y contribuyen a empeorar el cambio climático que tanto les está afectando. Es un pez que se muerde la cola. En cambio, cuando aplicamos los avances científicos que conlleva la agricultura regenerativa en una finca, los números hablan por sí solos, hemos comparado viñedos tradicionales con viñedos regenerativas y en un par de años el estado del suelo mejora visiblemente », comenta la Dra. Andrés. Esta comparativa la ha llevado a cabo el CREAF en colaboración con la empresa Agroassessors donde se está estudiando cómo hacer la transición de cultivos de viña del método tradicional al regenerativo en l’Empordà.
Estas prácticas regenerativas y basadas en el cuidado del suelo y de su fertilidad también quedan recogidas en la guía de buenas prácticas agrarias para incrementar o mantener esta capacidad de sumidero, desarrollada por el IRTA dentro del Grupo Operativo CARBOCERT, en colaboración con otras instituciones de investigación. «Unas buenas prácticas agrícolas pueden permitir no sólo un secuestro de carbono que contribuya a la mitigación del cambio climático, sino una mejora de la salud general del suelo, que a medio plazo llevará a una reducción de los productos que tenemos que aplicar, ya sean fertilizantes, productos fitosanitarios o agua. Sin embargo, los procesos de regeneración de los suelos y el secuestro de carbono de forma significativa son procesos lentos y en muchos casos, para ver diferencias más allá de la capa superficial se necesitan más de 5 años de buenas prácticas y para alcanzar un nuevo equilibrio productivo », constata la Dra. de Herralde, y añade que «el suelo es un escalón importante en la aplicación de la agroecología, pero no es el único, ya que hay que pensar en el material vegetal, la ubicación y el producto que se quiere obtener, por eso todo ello se traduce en unas prácticas agroecológicas, en una gestión holística del cultivo y su entorno».
Este artículo ha sido redactado conjuntamente por los departamentos de Comunicación del IRTA y el CREAF, gracias a las aportaciones de los investigadores implicados.